martes, 3 de febrero de 2015

Una habitación llena de humo.



Entro a una habitación llena de humo.

En el lugar, pueden verse una serie de cabezas unidas a sus cuerpos.

También hay alcohol y unas cuántas otras cosas.

Todos celebran al poeta ese que lanza un libro.

Algunos conocidos me acercan cerveza para que me ponga a tono.

Yo ya estaba borracho, les digo, sino no habría asistido.

Entonces, desde un rincón, comienzo a elegir a quienes arrancaría en primer término la cabeza.

Al final decido que todos son prioritarios.

Ninguno se merece que le arranque el corazón, decido.

Una chica se acerca y me dice que tengo una cara que le resulta conocida.

Yo le digo que a mí también mi cara me resulta conocida.

Como lo digo seria y me quedo en silencio ella se va, simplemente.

Entonces es cuando el poeta se dispone a leer unos cuantos poemas de su nuevo libro.

Apenas dice que el primero está dedicado a Kafka, la gente aplaude.

Un par de hueones silban, incluso.

Yo busco algo para meterme en los oídos, pero lo cierto es que ya estoy contaminado.

El poema empieza.

Trato de pensar en otra cosa.

Lo logro.

Pienso en un montón de mierda rodeada de moscas.

Lo malo es que como las moscas hacen poco ruido igual escucho el poema.

Para resolver el problema me pongo a toser.

Lo hago tan bien, que interrumpo al poeta justo cuando comparaba el ponerse la corbata como una forma encubierta de masturbación.

Y claro, como él se calla, yo me callo.

Lamentablemente, la gente aplaude nuevamente y el poeta lo vuelve a intentar.

Yo vuelvo a toser, por supuesto.

El poeta se interrumpe y los otros me miran mal.

Es por el humo, les digo.

Ellos no me creen, pero aceptan la excusa.

Ahorraré tiempo y diré que la situación se repitió.

Volví a excusarme y a culpar al humo.

¿Cuál humo, hueón…? me dijeron.

Yo les miré las caras y noté que estaban diciendo la verdad.

Tal vez el humo viniese conmigo.

Dejé entonces al poeta y me fui del lugar, con un trozo de torta para el camino.

Todo seguía lleno de humo.

Entonces, tras caminar un rato, vi a un mendigo que estaba sentado, apoyado en un muro.

Le ofrecí la torta.

En el cielo había luna casi llena.

No tengo hambre, me dijo.

No tengo hambre.

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