domingo, 26 de abril de 2015

El no-extranjero.


Hoy no ha muerto mamá.

Esta mañana la vi y fue como si recibiese un telegrama:

Mamá está viva. Todo sigue igual.

Pero que todo siga igual no quiere realmente decir nada.

Es como no decir.

De todas formas, eso no me molesta.

Lo que me molesta es el sol.

A veces pienso que es culpa del sol que todo siga de la misma forma.

El sol tiene la culpa, me digo, por ser el mismo siempre.

Entonces voy por la sombra hasta el cine ese donde finalmente no veo nada.

María me llama, pero no contesto.

Y es que María gusta del sol.

Eso siempre lo resume todo.

Y todo se resume a algo tan pequeño que resulta ridículo.

Los sueños de la humanidad entera caben en un bolsillo pequeño.

Y sobra espacio para Dios y el amor y todas esas cosas extrañas.

Eso pienso mientras escucho llamar nuevamente a María y sigo sin contestar.

He salido a caminar a la plaza, buscando la sombra y la humedad del pasto.

Entonces observo a unos tipos que parecen árabes y que venden una especie de fajitas.

Les compro dos.

Una tiene mucho pimentón, pero la salsa la suaviza.

Ya casi es mediodía.

Lo sé porque hay menos sombra y cuesta esconderse, en ese instante.

De chico pensaba que Dios salía a vigilarnos a medio día, aprovechando la luz.

Y claro, igual que en aquel entonces mejor me refugié en casa.

Así, pasa el tiempo mientras realizo trabajo atrasado.

Tanto trabajo que hasta oscurece un poco, cuando vuelvo a salir de casa.

Esta vez camino entre la gente.

Mucha gente, pienso entonces, para ser domingo.

Nadie me mira, nadie saluda… todo está en orden.

Tal vez llame a Maria, o tal vez no.

No es tierna, en definitiva, la indiferencia del mundo.

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