lunes, 20 de abril de 2015

Ellos quisieron salvarme.


Ellos quisieron salvarme.

Nunca supe bien sus razones,
pero ellos decían que eran las correctas.

Me hablaron de oportunidades.

Me hablaron de razones económicas.

Me hablaron de relaciones sociales.

Y hasta hablaron de mi alma.

Y claro,
yo no hablé,
mientras ellos hablaban.

Y es que no intentaba discutirles,
pues ellos decían
que querían salvarme.

Me contaron historias.

Me hicieron preguntas.

Algunos incluso me llamaron hermano.

Si quizá hasta era cierto, que querían salvarme.

Una vez un médico.

Otra vez un cura.

Algunas veces esos amigos que estacionaban a un costado
para bajar a saludarme.

Todos decían lo mismo.

Todos querían salvarme.

Me presentaron amigas.

Me presentaron editores.

Me presentaron contactos para obtener becas literarias.

Y es que ellos decían
que querían salvarme.

Debo reconocer, por cierto,
que fueron persistentes.

Insistieron por ejemplo,
en el asunto del empleo.

Insistieron por ejemplo,
en los temas afectivos.

Insistieron por ejemplo,
en la idea de publicar algunas cosas.

¡Cuánta energía malgastada…!

Así, ocurrió simplemente
que no se pudo salvar nada:

No se pudo salvar mi espíritu.

No se pudo salvar mi intelecto.

No se pudo salvar mi supuesto talento.

Por último,
ya menos trascendentes,
ellos quisieron al menos
salvarme el hígado.

De haberles hecho caso,
pienso ahora,
hoy sería lo único
que tendría sano.

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