miércoles, 1 de abril de 2015

La rodilla de S.



El doctor toca la rodilla de S., e intenta moverla.

-¿Duele? –pregunta.

S asiente.

El doctor anota algo en una tarjeta.

Luego pasa a la otra rodilla y le pide a S. que camine y se apoye alternadamente en uno de sus pies.

S lo hace.

A regañadientes, pero lo hace.

Entonces el doctor vuelve a preguntar:

-¿Duele?

S vuelve a asentir.

Y claro, el doctor vuelve a anotar algo en una especie de tarjeta.

-Doctor… -dice S- ¿puedo preguntarle algo…?

El doctor le dice que sí.

-¿Qué anota en la tarjeta, cuando yo le digo que me duele…?

-Mmm… -dice el doctor.

Luego se queda en silencio, pero no termina refiriéndose a la respuesta.

Se sienta en el sector de su escritorio.

Escribe una receta.

Intenta explicar unos ejercicios.

Todo se desarrolla de buena forma.

S, sin embargo, que no acostumbra dejar de lado sus preguntas, insiste con su inquietud.

¿No puede decir lo que anota en las libretas? Pregunta.

-No puedo – Admite entonces el médico.

Demoran unos segundos más a partir de unos detalles de la receta y S se despide, simplemente.

Ya de vuelta a su casa, S va pensando qué habría anotado ella ante la evidencia del dolor.

No llega a conclusiones claras.

Luego se intenta subir el ánimo pensando en el tiempo futuro… un par de meses, se dice… cuando la rodilla esté mejor…

Así, decide pensar en cosas por hacer, cuando esté recuperado.

Saca entonces S., una especie de tarjeta, para anotar sus planes.

Adivinen qué pasa.

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