viernes, 10 de abril de 2015

Remoto.


M. lo había descubierto de casualidad, de puro ocioso, mientras cambiaba los canales de la tv con su control remoto.

Era como caer en un pozo, nos contó. Con sensación de vértigo incluida.

Entonces, como él insistió, fuimos a su departamento a comprobar el descubrimiento.

Una vez ahí, nos explicó en detalle:

Tengo televisión con cable, nos dijo. Ciento veinte canales. Deben dar tres vueltas a los canales sin detenerse más de cinco segundos en cada uno y entonces viene el relámpago.

Luego, M. intentó explicar a qué se refería por “relámpago”, pero lo cierto es que no lograba ser muy claro.

Es como caer, nos intentaba explicar. Pero caer dentro de otro caer… Y caer viendo…O sea, caer siempre distinto y siempre viendo…

Tras decir esto, M. intentó demostrarlo empíricamente. Para esto, fue pasando uno a uno los canales de su televisión. Tres veces ciento veinte canales. Parecía concentrado. Entonces sucedió:

Repentinamente vimos a M. dar un paso hacia atrás.

No un paso físico, claro, pero sí una especie de contracción, donde el espíritu pareciese reacomodarse en el cuerpo.

Es como un latigazo en el alma, dijo M., cuando se hubo recuperado.

Y bueno… como no le creímos del todo, intentamos hacer nosotros mismos el experimento.

Yo fui el primero.

Comencé por sentarme frente a la televisión, con el control remoto en la mano, y me dispuse a avanzar los canales, tal como lo había hecho M.

Ciento veinte canales.

Doscientos cuarenta.

Trescientos sesenta.

Fue así que, en el momento exacto en que culminaba por tercera vez el recorrido de los ciento veinte canales, sentí esa caída de la que hablaba M. y no supe qué hacer con la sensación.

Me quedé en silencio, simplemente.

Entonces fue el turno de los otros, quienes siguieron el procedimiento y entraron también en un estado de vértigo tras pasar los trescientos sesenta cambios.

Es como si todo se desconfigurara… dijeron. Como la matrixComo si todo perdiese su sentido…

De esta forma, fuimos pasando uno a uno por aquella sensación. Nuevamente me refiero, para cerciorarnos que no se trataba de casualidades.

Con todo, luego de la tercera vez ya nos empezó a afectar un poco y cada vez nos costaba rearmar el sentido de la realidad, como si algo hubiese quedado corrido después del desajuste.

M. entonces nos pidió que no contásemos ya que él quería ver cómo oficializar su descubrimiento y, en lo posible, hacerlo rentable.

Lamentablemente –creo que fue ese mismo día-, M. fue alcanzado por un bus que se subió de improviso a la vereda donde M. transitaba.

Y claro, nosotros volvimos a probar de vez en cuando lo que ocurría con el control remoto, pero sin sacarle mayor provecho.

De hecho, lo invitamos a probar -sin costo alguno, por supuesto-, el experimento señalado anteriormente.

Ese es el llamado.

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