sábado, 9 de mayo de 2015

Cuando un dios muere joven.


I.

Un dios muere joven.

Irremediablemente, muere joven.

Yo vi morir a ese dios.

Sus ojos, cuando moría, los tengo grabados.

Parecían preguntarme si era él un dios, realmente.

Yo no le hablé, pero lo vi morir,
como se ve morir un dios.

Así, en silencio,
espero haber podido
comunicarle algo.


II.

No es difícil
creer en un dios que muere.

No lo es porque en medio de la muerte
vienen siempre sus dudas.

Sus ganas de vivir.

Su desesperación contenida.

No es difícil entonces
pues sus ansias por permanecer
vienen un poco a reafirmar
tu propia vida.

Y es que creer en dios,
de esta forma,
es también creer en el hombre.

Creer en el desamparo, incluso.

Creer en el dios que quiso vivir.

Creer en la tierra
y en la lluvia.


III.

El cuerpo de un dios muerto,
si es joven,
debiese ser comido por las aves.

O debiese flotar para siempre,
sobre las aguas de un río.

O debiese estar siempre
a la distancia de los ojos.

Y es que el cuerpo de un dios muerto,
en definitiva,
debiese aparecer incluso en nuestros sueños
y hasta quedarse un poco
en nuestra sangre.

De esta forma,
debiese el dios mirarnos,
desde su muerte,
con envidia,
y con toda su divinidad
dependiendo
de nosotros.

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