jueves, 21 de mayo de 2015

Las orejas de la multitud.



-Todo cambió cuando me di cuenta que tenían orejas –me dijo-. O sea, siempre supe que tenían, pero de pronto lo supe de otra forma…

-¿De qué estás hablando?

-De la gente po, hueón… de toda la gente… O más bien, de las orejas de esa gente… Imagínate, un día esperando el metro y de pronto me doy cuenta… había orejas por todos lados… todas más o menos a la altura de mi vista… y entre las orejas una cabeza, claro…

-¿Y antes no te dabas cuenta?

-No po, hueón, por eso te cuento… O sea, como que sabía, pero no me daba cuenta, realmente… como cuando hablay del alma o de dios en una iglesia… y de pronto sabís…

-¿Qué cosa es lo que se sabe?

-Se sabe que uno sabe po, hueón… que uno se dio cuenta…

-¿Y eso te pasó con las orejas de la gente?

-Sí, pero fue peor… porque fue más bien con las orejas de la multitud… cientos y cientos de orejas y sus respectivas personas esperando el metro… fue una sensación rara, hueón, como de descubrimiento, pero también algo grotesco… y hasta incómodo…

-¿Por qué incómodo?

-Porque eran orejas po, hueón… Y las orejas están ahí, pero no ven ni te hablan, y como que son torpes…

-Pero escuchan…

-Pero esa hueá no sé si sirve… Me refiero a que al final igual están chocándose de un lado a otro… y no tienes además a quién acusar de todo eso…

-¿Acusar…? ¿Y acusar de qué?

-De todo po, hueón; de las orejas, por ejemplo… de las orejas de la multitud… ¿No sientes que es agobiante tener todas esas orejas así, moviéndose tan cerca de ti?

-Puede ser…

-Claro que lo es… son miles hueón… debiesen poder escuchar todo, si lo piensas…

-Pues prefiero no pensarlo –le dije.

-Claro… así hacen todos… pero…

-…

-Así hacen todos…

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