miércoles, 27 de mayo de 2015

Un disco de Chet Baker.


I.

Como era horario punta y el metro estaba repleto como para combinar en la estación, terminé por rendirme y salir a dar una vuelta.

Comí algo, compré algún libro, me senté un rato en el único trozo de parque que encontré.

Había desaprovechado un par de entradas para el Municipal, pero estaba tranquilo, al menos.

Entonces volví a caminar y tras mirar un rato encontré en una vitrina el rostro de Chet Baker.

Entré a la tienda.

-¿Cuánto cuesta el disco de Chet Baker? –pregunté.

-¿Disco de Chet Baker? –´dijo la vendedora.

-El disco de la izquierda, ese que sale el rostro de Chet Baker… estoy seguro que ese disco es con la voz de Baker…

-¿Se está burlando?

-Claro que no… sé que era trompetista, pero a mí me gustan algunas versiones, cuando canta…

La vendedora parecía algo molesta.

Finalmente, tras insistir, logré que saliera conmigo para enseñarle el disco.

-Ese es –le dije.

La vendedora me miraba, sorprendida.

-¿Cuánto cuesta…? –insistí.

Tras mirarme otro momento, la mujer se animó a hablar.

-Cuesta $15000 –me dijo-, pero no es un disco de Chet Baker…

-¿No lo es? –Pregunté yo.

-No… -señaló.

-¿No es Chet Baker?

-No solo eso… -explicó-. Ese no es un disco…

No supe qué decir.

-Es una torta –continuó-, y este es un lugar de repostería, principalmente…

-¿Una torta?

-De piña, con trozos… –explicó la mujer, mostrándola de cerca.

Yo observé entonces con detención, y era cierto.


II.

Tras el extraño incidente, decidí volver al trazo de parque que había encontrado para aclarar ideas.

No es que me quedaran dudas, por cierto, pues había podido comprobar que en la vitrina del local solo había tortas.

Tras pensarlo un buen rato llegué a la conclusión que me había pasado lo que ocurre cuando tienes hambre y ves comida en todos lados.

Esa era la explicación más lógica, por lo menos.


III.

Seguía en el parque –ahora estaba leyendo un libro de Ishiguro-, cuando llegó la vendedora con un par de pasteles y se sentó a mi lado.

Los pasteles se llamaban Valentine y eran un invento suyo, a partir de arándanos y otros sabores que me costó reconocer.

-Busqué a Chet Baker en internet, pero no lo encontré cantando –me dijo.

Yo asentí.

Hablamos un rato.

Entonces llegó una chica con uniforme de enfermera y saludó a la vendedora.

-Es mi pareja –me explicó.

Yo asentí.

Entonces la vendedora le contó a la enfermera sobre mi confusión con el disco de Chet Baker y ambas rieron un poco.

Yo no.

Le di las gracias por el pastel y decidí caminar al metro, para ver si era posible subirse a algún vagón.

Tras tres intentos, lo logré.

Llegué a casa y terminé el libro de Ishiguro, que había dado de opción en una prueba.

Entonces, ya de madrugada, volví a reflexionar sobre lo ocurrido con Chet Baker.

Tal vez no me equivoqué –concluí, tras unos minutos.

Apagué la luz y me puse a escribir esto, poco después. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales