domingo, 14 de junio de 2015

No creo en las manos limpias.



No creo en las manos limpias.

Ni como metáfora ni en lo concreto.

Si hasta fonéticamente es una unión que me desagrada: las manos limpias.

Y es que no creo que las manos hayan sido hechas para permanecer limpias.

Si hasta tienen líneas para que la mugre se adhiera.

Y además la piel conserva manchas.


No creo en las manos limpias.

De hecho, cuando veo a alguien con las manos limpias pienso que en realidad esa persona, no existe.

Me refiero a que la limpieza de esas manos viene a borrar un poco a esa persona.

Puede ser algo arbitrario, pero lo cierto es que esa limpieza me anula su discurso.

Me lleva a no creerle, digamos.

Así, resulta que hasta me parece una idea violenta:

Lavarse las manos…

¿No les suena como un acto agresivo?

Él se lavó las manos.

Y es que ensuciarlas, en cambio, es algo más bien involuntario.

Y nada hay de malo en lo involuntario.

O sea, nadie dice “permiso, voy a ensuciarme las manos”.

Y es que si Dios hubiese querido que no se ensuciaran las habría puesto dentro de nosotros.

Como los pulmones, o el corazón.


No... No creo en las manos limpias.

Si hasta cuando las mías están limpias desconfío de mí mismo.

Este no soy yo, me digo.

Entonces, me desespero un poco y suelo ensimismarme.

Y no salgo de ahí hasta que la mugre brota, desde dentro.

A veces pueden incluso pasar años.

Pero sé esperar.

Todo sea por evitar, en el fondo, equivocarme y ser otro.


Y es que no.

No creo en las manos limpias.

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