sábado, 20 de junio de 2015

Para que te sientas importante.


La última vez que lo vi, debe haber sido hace unos quince años.

Pero hace unos días recibo un mail.

Y luego otro.

Según él, quería conversar conmigo, mientras tomábamos unas cervezas.

Yo accedí después del sexto mail.

Pensé que debía ser importante.

Dos días después lo encontré en un bar.

Yo llegué media hora antes, pero él ya estaba.

Me senté frente a él, en silencio.

En la mesa había dos cervezas de litro.

-Oye, antes de empezar a tomar… ¿te puedo pedir un favor? –me preguntó.

-De acuerdo –le dije.

-Si me emborracho hasta tambalear, no me sostengas…

-¿Cómo…?

-Que no me sostengas… no importa si me desequilibro, o me caigo…

-¿Estás seguro?

-Seguro –me dijo.

Entonces comenzamos a tomar.

Tras terminar esas cervezas comenzamos a hablar.

Y es que era parte de un rito, con los amigos de antaño.

No hablar, me refiero, durante la primera cerveza.

-Me leí todo Conrad –me dijo.

-Ya –dije yo.

Pasaron unos minutos.

Pedimos otras cervezas.

-También leí todo Henry James –agregó.

-Ya –repetí.

Llegaron las cervezas.

Las bebimos.

Pedimos otras.

-El año pasado releí a Proust, Flaubert y a Zolá –señaló.

-…

-También leí a Faulkner –agregó.

Entonces, quizá un poco tarde, comprendí que trataba de impresionar.

-¡Ooohhh…! –exclamé, fingiendo admiración.

Él parecía estar orgulloso.

-Terminé mi tesis de doctorado sobre Donoso –dijo entonces.

-¿El de Cachureos? –pregunté.

Él se quedó en silencio.

Luego vi que anotaba “Cachureos” en una servilleta.

-No sabía de ese –me dijo.

Seguimos así como una hora y media.

El contando sobre sus lecturas y logros académicos.

Yo fingiendo admiración.

-¿Todavía trabajas de profe? –me preguntó.

-Sí –le dije-. Aguanto todavía.

-Yo aguanté apenas un año –señaló-. Se supone que era un buen colegio, pero los alumnos trabajaban como las hueas…

-¿En parejas? –pregunté.

Él no entendió.

Seguimos así otra media hora hasta que llegó la quinta cerveza.

-Esta va a ser la última –le advertí.

-Antes tomabas más –me dijo.

-…

-También escribías bien… -continuó.

-El tiempo pasa –comenté.

Entonces, como si hubiese llegado un momento crucial, sacó un libro de su bolso.

Era una novela, que él había publicado hace unos meses.

-Te la traje de regalo –me dijo-. Ha tenido algo de éxito, en el público.

-Como tu hermana –comenté.

Él se sonrió.

Seguimos en silencio hasta que terminamos la quinta cerveza.

Pedimos la cuenta.

Él se paró, para ir al baño, tambaleándose.

Pasaron diez minutos y no volvía.

Pagué la cuenta, dejé el libro de propina y me fui del lugar.

Tú debes haber vuelto desde el baño, poco después.

Ahora debes estar leyendo esto, para ver si hablo de ti.

Y claro, yo lo hago, para que te sientas importante.

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