martes, 2 de junio de 2015

Recoger las hojas del árbol.


I.

Recojo las hojas del árbol.

Me esmero en hacerlo con cuidado utilizando solo las manos.

Las tomo, las meto en una bolsa, tal vez las lleve hasta un montón de tierra, en el fondo del patio.

Entonces, como al recogerlas paso a tocar sus raíces, al árbol parece haberle dado cosquillas y se agita un poco, y vuelve a botar hojas.

Todas quedan esparcidas, junto al árbol.


II.

Recojo las hojas del árbol.

O sea, no del árbol mismo, sino las que se han caído de él.

Mientras lo hago pienso en varias cosas que se traducen en sensaciones algo contradictorias.

Podría especificarlas, es cierto… pero no quiero hoy hablar de sensaciones.

Esto se trata simplemente de limpiar un lugar.

La entrada de un sitio al cual volver.

Suena bien esa frase, mientras la pienso.

Tanto que la digo entonces en voz alta.

Al decirlo, el árbol me escucha y para hacérmelo saber bota algunas hojas.

Estas quedan en el piso, frente a mí.


III.

Recojo las hojas caídas del árbol.

No es tarea fácil.

Y es que no saben estarse quietas y se arrancan un poco.

Así, tras varias dificultades logro recogerlas todas

Estoy algo cansado.

Me debo ver chistoso así, agitado tras recoger unas cuantas hojas.

El árbol de hecho me ve y se ríe, aunque con cierto respeto.

Al hacerlo, se mueve un poco y cae una última hoja.

Cuando la tomo veo que tiene una palabra escrita.

Lo malo, sin embargo, es que no puedo contarles cuál era, porque se acabó el texto.

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