lunes, 1 de junio de 2015

Tiene usted un punto ciego.


I.

Hace algunos años fui a un oculista.

No acostumbro a ir a médicos, pero esa vez era una excepción, pues había recibido un golpe y podía resultar peligroso.

Sin embargo, más allá de la anécdota del golpe, el doctor me habló de algo que me pareció más interesante.

-Tiene usted un punto ciego –me dijo esa vez.

Y claro… yo le pedí que me explicara.

Entonces, tras los resultados de ciertos exámenes, el oculista me mostró una especie de plano donde me indicaba un sector que constituía mi punto ciego.

-¿Ese es mi punto ciego? –le pregunté al doctor.

-No –dijo el doctor-, he apuntado al lado. Usted no vería nada si hubiese apuntado a su punto ciego.

Yo asentí entonces, algo asustado.


II.

En la siguiente visita, sin embargo, el doctor intentó tranquilizarme.

-No es producto del golpe –me dijo esa vez-. Además todos tenemos un punto ciego.

-¿Cómo…?

-Le digo que todos tenemos un punto ciego –continuó-. Pero no es tan grave... además nuestro cerebro se adapta a ello y nos muestra un todo sin fallas aparentes… aunque es cierto, el punto ciego existe… y eso es algo que no vemos…

-¿O sea que en este momento hay algo frente a mí que no logro ver…?

-Exacto, pero se trata más bien de algo pequeño… posiblemente sin importancia…

Yo le quedé dando vueltas al asunto.

Entonces el doctor me apuró y me dijo que si no tenía otro bono, mejor volviese otro día.

Eso hice.


III.

Fue así que volví con el doctor a los pocos días.

En el intertanto, había considerado algunas cosas que quería preguntar.

-¿El punto ciego también afecta a los libros? –le pregunté, apenas entré a la consulta.

-No –me dijo- los libros no tienen ojos.

Volví a intentarlo.

-Me refiero a que si en los libros también dejo algo afuera –le expliqué-, cuando los leo… ¿hay algo en la página que no pueda ver?

-Por supuesto –me dijo-. Pero a todos nos pasa lo mismo.

Yo asentí.

-El cerebro, sin embargo, -continuó-, para ocultar las fallas, rápidamente corrige la redacción por si la palabra afectaba al todo…

-¿Y usted me podría decir, por ejemplo, cuál es la palabra que me falta en este libro, por ejemplo…?

-Puedo, pero no quiero –agregó-. Tal vez con otro bono y otra atención…

Yo asentí.

No volví a ir, sin embargo.

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