miércoles, 10 de junio de 2015

Y yo aquí, solo entre los choclos.

“Me dio congoja de pensar que todo me sale así
y nadie me quiere, ni siquiera los gitanos.
Y me fui caminando por las chacras y pensando en Javier
que está en Estados Unidos gozando de la vida
en un hospital de Boston.
Y yo aquí, solo entre los choclos”.
P.

Quizá movido por el Popol Vuh, sueño que soy choclo.

Harto hueón mi sueño, pero uno no lo elige, por supuesto.

Al principio no me di cuenta, pues pensé que simplemente era yo, que caminaba entre el maíz.

Luego, sin embargo, me di cuenta que yo también era un choclo.

Y sentirse choclo, entonces, era también sentir una unidad tremenda.

Tierra, hojas, dientes y sol.

Y claro… uno además era un choclo entre muchos.

Así, silencioso y todo, eso se sentía como algo bueno.

Me refiero, a que cuando pensé que era hombre entre los choclos, me embargaba cierta sensación de soledad.

En cambio, sabiéndome choclo, dicha sensación desaparecía y todo parecía fluir de buena forma.

Así, concluí que ser choclo entre los choclos entregaba una sensación más plena que ser hombre entre los hombres.

Con todo, ser choclo tenía también algunos inconvenientes.

Por ejemplo, si bien la sensación era agradable, por momentos te perdías en la sensación y ya no sabías ni quién eras, ni exactamente qué sentías, ni dónde empezabas y terminabas en medio de todo aquello.

Pero claro, un choclo no necesita saber eso.

Nada de conocimientos, ni dioses, ni necesidad afectiva alguna.

Ser choclo es un poquito más irresponsable, digamos.

Un descanso, casi, cuando ya te cansa hasta el ser tú mismo.

Tal vez por eso, hasta Dios –dicen-, se hizo choclo.

Y el sol y la tierra quedaron entonces, ligados de por vida.

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