domingo, 12 de julio de 2015

La maldad de las cosas.



Ellas.

Las cosas.

Apiladas y ajenas y tú ante ellas.

Quién diría que no eres tú una de ellas.

Inmóvil.

Molesta.

Tan terca como un objeto.

No miras.

Estoy seguro que no miras.

Te igualas con las cosas.

No sé de qué va tu juego.

Tal vez hasta sales de ti.

Sales de ti y vagas por las cosas.

Desde ahí observas si te observo.

Lo hemos hablado.

Ambos nos cansamos, pero tú insistes.

Ni siquiera nos importan esas cosas.

Todo está lleno de ellas, pero ni siquiera nos importan.

Es extraño.

A veces hasta pienso que son ellas las culpables.

Que son ellas las que nos expulsan y vagan entonces, por nosotros.

Cuántas cosas.

De a poco toman el poder en esta casa.

Nos incomodan.

Nos reducen.

Nos quitan aire, las cosas.

Abrimos las ventanas, pero ellas siguen dentro.

Apenas respiramos.

El aire ya ni cabe en esta casa.

Sin aire y nosotros aquí.

Ni siquiera salimos, para cuidar los objetos.

Tal vez, si nos amáramos debiésemos quemarlos.

Hacer arder todo, sin mayores miramientos.

Lamentablemente, ambos sabemos que no nos amamos.

No lo decimos, pero es sin duda una certeza.

Una verdad también como un objeto.

Nosotros lo sabemos.

Las cosas también lo saben.

Se ríen de nosotros, justamente por eso.

Permanecerán aquí después que nos hayamos ido.

O después que uno de los dos se haya ido.

Y es que al despreciarnos son fieles, las cosas.

Compramos la casa para ellas.

Llenamos la casa, con ellas.

Y nuestra casa es nuestra vida.

Préndanles fuego, si les queda amor.

Tú, en cambio, no te muevas.

Para nosotros, ya es tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales