lunes, 31 de agosto de 2015

Un mes armando muebles chinos.


Trabajé un mes armando muebles chinos.

De esos que vienen en cajas y donde cada pieza responde a un código.

Como te pagaban por mueble armado ganaba apenas una mierda.

Tres veladores y un escritorio me alcanzaban recién para el almuerzo.

Los que hacía en la tarde se transformaban en cerveza.

No era tan complejo, es cierto, pero yo era torpe.

Todavía soy torpe.

También teníamos un supervisor que nos veía trabajar

Él también ganaba comisión, así que de vez en cuando se lo tomaba en serio.

Fue como en mi tercera semana cuando llegó un camión naranjo directo desde el puerto.

Traía una partida de muebles chinos aparentemente a mejor precio.

Tenían un pequeño detalle, pero no era serio, dijeron.

Finalmente, resultó que los muebles esos venían sin instrucciones y tampoco traían el dibujo del modelo que debíamos armar.

Comenzó entonces el problema.

Los seis que trabajábamos ahí terminamos creando un mueble distinto.

Aunque claro, a todos nos sobraron piezas.

Yo, por ejemplo, hice un mueble de libros y me sobraron seis.

Pero ya nadie compra muebles de libros.

Tampoco libros.

Ya fuera del trabajo se enteré que los muebles sin instrucciones resultaron ser escritorios para niños.

Nadie siguió trabajando ahí.

Nadie armó uno nunca de esos.

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