lunes, 21 de septiembre de 2015

Umbrales.


Es de día.

Caminamos.

Llegamos hasta la puerta de un museo.

No entramos.

Luego, llegamos hasta la puerta de una iglesia.

Tampoco entramos.

Y es que nos gusta estar ahí, en los umbrales.

Excusándonos en silencio.

Sin altanería.

Como si oliéramos las páginas de un libro que luego no leemos.

Así somos.

Ni siquiera entre nosotros, hablamos.

Entonces, aún de día, envejecemos.

Lo sentimos así… en los umbrales.

Abrimos el refrigerador.

Miramos chicas hermosas.

Bebemos algo.

Así envejecemos.

No es la peor forma, si se piensa.

No nos mata.

No nos duele, demasiado.

A veces, eso sí, lloramos por algo.

No ocultamos que eso ocurre.

Alguien que se aleja.

Una canción que vino a recordarnos algo.

Esa soledad que se siente, en los umbrales.

Cosas de ese estilo.

Y es que por esos senderos, andamos.

A veces desfallecemos un poquito.

Otras veces dejamos de creer, en aquello que está más allá de los umbrales.

Eso es lo que nos pasa.

No hay remedios porque no hay enfermedad.

No hay especialistas para estas sensaciones.

Eso nos decimos y luego volvemos al camino.

Todavía es de día, pero tarde.

Nos calmamos así, mirando cosas que están lejos.

No entramos a sitio alguno.

Aquí está bien, decimos.

Ya será la hora, después, de volver a casa.

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