martes, 22 de septiembre de 2015

Una fila.


Una fila. Yo lo imagino como una fila. No sé si lo soñé, incluso, o simplemente lo pienso de esa forma. Una fila extensa, pero agradable. De esas en que conversas con algún otro y a veces ni avanzas por largo rato.  Y claro, puede que de pronto todo se aligere y entonces veas que ya es tu turno. Yo lo imagino de esa forma, al menos. Una ventanilla. Y una cara agradable tras la ventanilla. Así me lo imagino hasta que entonces te entregan algo. Una imagen, tal vez. Un sabor. Un objeto pequeño. Porque claro… para eso es la fila. Ese es tu día, digamos. O lo que queda del día. La fila, me refiero. La ventanilla. Aquello que te entregan. Eso es lo que permanece, finalmente. O lo que archivas, al menos. Una foto. Una frase. Lo que te entregan en la ventanilla, al fin y al cabo. Luego, ocurre que no despiertas hasta que estás nuevamente en la fila. Y claro… conversas incluso, nuevamente. A veces tienes algún disgusto, es cierto, pero nadie te obliga a tenerlo. Y es que la fila es lenta, pero nadie te prometió que podía ser de otra forma. Eso ya no se usa. Ni siquiera es seguro. Así, avanzas hasta que aparece nuevamente la ventanilla. Y entonces un cambio. Lo adivinas en el gesto. Y te sales de la fila. Y no es tan triste. Y es el fin.

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