martes, 15 de septiembre de 2015

Vemos tumbas.


Vemos tumbas.

Caminamos viendo tumbas.

Todo está húmedo.

Algunas flores fueron arrancadas por el viento.

Hay barro, incluso, entre las tumbas.

Él me muestra algunas.

Conoció a varios de los que están ahí.

Ya he venido unas tres veces, me dice.

Ha empezado a correr viento.

Hay luz, eso sí, pero hace frío.

Yo lo dejo ir un par de pasos adelante.

Avanzamos muy lento.

Él entonces me muestra una de las tumbas que ha seleccionado.

Acá quedan tres lugares, me dice.

Luego avanzamos más.

Se escuchan unos pájaros.

Pasamos entre lápidas que dejan muy poco espacio.

Llegamos hasta un extremo del lugar.

Antes no estaba esta muralla, comenta.

Se podía ver hasta el río.

Llegamos así hasta el otro sitio.

Acá quedan más espacios, comenta.

El lugar está algo descuidado.

Apenas pueden leerse los nombres.

Él comenta que compró pintura para volver a escribirlos.

También me dice que el entierro saldría gratis.

Nos quedamos en silencio.

Afuera se escucha una sirena de bomberos.

Hace un par de meses no quería nada más, me dice.

Ahora estoy un poco mejor, agrega.

Yo no sé qué decir.

Caminamos entonces hasta salir del lugar.

De vez en cuando me fijo que le tiemblan las piernas.

Se está haciendo tarde.

Ni siquiera puedo emocionarme.

Esto no más es la vida, me digo.

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