miércoles, 14 de octubre de 2015

J. se trae la mano de una momia.


J. va a Egipto y vuelve con la mano de una momia.

La ingresa a escondidas, envuelta en aluminio y al parecer no revisan sus maletas.

Mientras tomamos una cerveza, saca la mano desde el refrigerador y me cuenta la historia.

Yo la escucho.

Lamentablemente, la historia es tan fome que es mejor no contarla.

Entonces J. desenvuelve la mano de la momia.

Apenas parece una mano.

Tocamos la textura.

Observamos.

Identifico  los dedos.

Sacamos una foto.

No hay mucho más que hacer con la mano de una momia.

Abrimos otra cerveza.

De vez en cuando miramos de reojo la mano de la momia.

Obviamente no se mueve.

Obviamente no ocurre nada especial con ella.

Por lo mismo, J. envuelve nuevamente la mano y la mete al refrigerador.

Entonces le pregunto otras cosas del viaje.

Sobre gente, por ejemplo.

Y sobre lugares.

Hablamos.

Me muestra algunas fotos.

Finalmente, tomamos otra cerveza.

Esta vez, mientras lo hago, observo mis manos.

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