miércoles, 7 de octubre de 2015

Un cheque en blanco.


Me lo entregó así: en blanco.

Luego lo firmó.

Me dijo que pusiera un número.

Yo lo pensé y miré el cheque.

Me quedé así un buen rato.

Tenía un bolígrafo en la mano
y estaba sentado en un sillón de cuero.

No se me ocurría ningún número.

De hecho, nunca he podido
pensar en números.

Entonces lo guardé en un libro.

Era un libro alto, recuerdo,
pues no se veían los extremos del cheque.

Tengo dentro de un libro un cheque en blanco, me dije.

Supongo que me sentía importante.

Luego me despedí.

Antes de irme
dijeron que yo decidiese lo que era justo.

Yo asentí.

Entonces pasó el tiempo.

Usé el cheque como marcador de libros por dos o tres años.

Pasó por Onetti, Updike, Cheever, Mailer, Bellow, Calvino, Lessing…

Y claro, adquirió de esta forma, para mí, un nuevo valor.

Con todo, ahora que lo pienso,
hoy día no recuerdo siquiera dónde se encuentra.

Lo más probable es que lo haya botado, simplemente.

Tampoco sé, por cierto,
si lo que hice fue justo.

Aunque claro…
supongo que uno nunca sabe nada
respecto a eso.

Nunca volví a tener,
un cheque en blanco.

Y todavía no sé
pensar en números.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales