jueves, 29 de octubre de 2015

Una china muy bonita.


Era una china muy bonita.

Hermosa la china, hueón.

Y era de esas chinas chinas.

O sea, de China.

No de esas que nacen acá y que tienen la pura pinta
y los ojos de allá
y con suerte un poco de acento.

Esta era china entera.

De esas que no pertenecen.

Que se ven como extraviadas.

Y que parece que se van a ir
de un momento a otro.

Flaquita la china,
pero con gracia.

Rica, digamos.

Atractiva.

Tú le hablabas y te miraba por momentos.

Máximo dos segundos
y luego bajaba la vista.

Así era esta china.

Y a mí me gustaba.

Yo la veía pasar siempre
como un espejismo.

Estoy seguro que nadie más
la veía.

O que nadie veía que era linda,
al menos.

Vestía sencillo.

Caminaba sencillo.

No decía palabra alguna.

A veces pensaba que me la imaginaba
y que por eso nadie la miraba.

De verdad le daba vueltas,
pensando aquello.

Así hasta que un día
me animé a hablarle.

Ella iba caminando y yo le pedí
que se detuviera un poco.

Y claro… ella lo hizo.

Entonces comencé a hablar.

Sé que estuve harto así, frente a ella,
pero ni siquiera recuerdo que le dije.

Ella no se rio ni se enojó.

No hizo ni el más mínimo gesto.

Solo escuchó y luego se inclinó,
antes de irse.

Seguía siendo linda, por supuesto.

Eso pensaba mientras ella se alejaba.

Ni siquiera supe si hablaba mi idioma.

Ni siquiera comprendí que podía ser un símbolo.

Ni siquiera supe si era parte de este mundo.

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