sábado, 14 de noviembre de 2015

Te enteras.


Te enteras.

Sin preámbulo, te enteras.

Por lo mismo, no puedes evitar una leve sorpresa.

Incomodidad incluso, pues eso del cambio,
aunque no quieras,
afecta a cualquiera.

Así es cómo te enteras.

Nada de comunicaciones oficiales.

Nada de sutiles avisos.

Te enteras, simplemente.

A veces, de hecho,
hasta te malenteras.

Y es que el límite es sutil
entre aquello que sabías
y aquello que te enteras.

Porque claro,
una condición para enterarse
es justamente pasar a hacerlo.

Me refiero a que no te enteras
de algo que ya sabes…
claro está.

Por lo mismo,
existe algo así como un cambio de consciencia
en todo esto.

Una alteración, si se quiere.

Una muerte y un nacimiento breve, incluso.

Tú puedes elegir
las palabras.

No puedes elegir,
eso sí,
no enterarte.

De todos los otros árboles,
en cambio,
puedes elegir.

Digamos, entonces,
si quieres,
que esa es una regla.

Y claro,
reconozcamos que te enteras,
por supuesto.

Y que te enteras de improviso.

Y que eso, de paso,
genera sorpresa.

Lo refuerzo porque entonces el silencio
suele acometer y no largarse.

Y en el silencio no hay Dios.

Y si mueres en silencio,
dicen,
vagas hasta siempre
por la tierra.

Para mí no suena mal,
pero te lo digo por si acaso…

De esto,
entonces,
te enteras.

Con preámbulo, 
eso sí
pero te enteras.

1 comentario:

  1. Creo que hay dos maneras de enterarse, una en forma directa con la realidad que te hace verlo como obvio, otra a través de los que te dicen que pasa, que no es nada confiable.

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