miércoles, 23 de diciembre de 2015

Desconfiad de la gente con sombrero.


Desconfiad de la gente con sombrero.

Los animales no usan sombrero.

Ni el sol ni los astros utilizan sombrero.

Jesús no usaba sombrero.

Aunque claro, desconfiad también de él, de todas formas.

Desconfiad sobre todo del Jesús ese que actuaba amable.

Desconfiad del que guardó silencio.

Desconfiad del que se dejó matar, sin luchar por su cuerpo.

Desconfiad incluso de la corona de espinas,
pues podría tratarse de un sombrero encubierto.

Ahora bien, caminen por las calles y busquen personas con sombrero.

Sigan sus pasos, si quieren, y analicen brevemente sus acciones.

Comprueben ustedes mismos que en ellos no pueden depositar su confianza.

Luego vuelvan y hablemos.

Sin sombreros, hablemos.

Pregúntenme adónde voy y cuéntenme dónde van ustedes.

Háblenme de aquello en qué creen y de aquello en que necesitan creer.

Así, lleguemos a un acuerdo sobre cuáles son las cosas verdaderamente necesarias.

Hablemos con franqueza.

Comprendámonos.

Yo mismo, por ejemplo, les contaré que a veces tomo rutas largas.

Confesaré que me pongo brevemente un sombrero para hablarles de algo 
cuando en realidad quisiera 
llevarlos a otro sitio.

Un ejemplo, por cierto, es este texto.

(Aunque mi vida entera tal vez, 
pueda también servir de ejemplo)

Desconfiad de la gente con sombrero, en definitiva,
pero no desconfiéis de la gente,
por sí sola.

Ese debiese ser (tal vez) el final de todo esto.

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