martes, 8 de diciembre de 2015

Los ataúdes más feos del mundo.

“Y nada estrecho cuando al mundo abrazo”
Petrarca

Él hacía los ataúdes más feos del mundo.

Era conocido por eso.

Estaba orgulloso y tenía clientela.

Solo tablas chuecas, decía.

Solo clavos oxidados.

Los armaba a la ligera y quedaban rendijas.

A veces al levantar el ataúd el muerto se caía.

A veces fallaba en las medidas y el muerto era guardado con las piernas dobladas.

Nunca pintó ninguno.

Siempre vendió barato.

Era un tipo extraño.

Fue golpeado en un par de ocasiones por algunos que no comprendieron su trabajo.

No se defendía.

No justificaba su estilo.

Sonreía siempre cuando le hablaban.

Yo lo conocía desde pequeño.

Me llevó años, sin embargo, entender cómo seguía trabajando.

Él tenía una casa pequeña.

También tenía una hija y una mujer que era muy hermosa.

Ambas murieron en un incendio, un día que él se encontraba en otro pueblo.

Entonces todos esperamos que por primera vez hiciese ataúdes bellos.

No fue así, finalmente.

Por el contrario, hizo los más feos que recuerdo haber visto.

Yo estaba en el colegio todavía y falté ese día para ir al entierro.

Fue harta gente, recuerdo, pues la tragedia conmovió a muchos.

Él no habló y pidió que nadie lo hiciera.

Sonrió y nos dijo que aprovecháramos el día, que estaba hermoso.

Supongo que comprendí su trabajo en ese instante.

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