viernes, 4 de diciembre de 2015

No cambias cuando creces, me dijo.


Es mentira que cambias cuando creces, me dijo. O sea, en lo físico obvio, pero poco más. No descubres nada que revele sentido. No aprendes nada trascendente. En el fondo eres el mismo. Y lo sabes. Suena pesimista y terrible. También suena como una idea fácil. Afortunadamente, los adjetivos son una de esas cosas que están de más, en nuestra vida. Enumeraría las otras cosas, pero debes hacerte responsable de tu propio desencanto. A mí me pasó con un reloj, por ejemplo, de pequeño. Era un reloj a cuerda que había sido de mi abuelo. Recuerdo que me intrigaba tanto que lo abrí, con cuidado. Observé sus piezas. Toqué mínimamente algunas. Pero claro, una vez tocadas, el reloj no volvió a funcionar… Así me pasó a mí, por lo menos. Lo volví a armar incluso, pero descubrir el mecanismo ya era dañarlo. Dañarlo y a la larga no comprender, que es peor. Dañarlo gratuitamente, entonces. Lo bueno de que te pase de pequeño, en todo caso, es que no tienes que esperar a hacerte grande. Me refiero a que después, si no desarmaste el reloj, corres el riego de pasar a desarmar la vida, directamente. A analizarla, a hurgar sus piezas… a desarmarla incluso, si te sirve la imagen. Todo igualito que el reloj, pero ahora con la vida entera. Y ya sabes lo que pasa cuando intentas armar lo desarmado, nuevamente. En todo caso, no me interesa ese rollo del desarme por el tema del sentido y todo eso… A lo que iba era simplemente a decir que no cambias, cuando creces. Que haces en el fondo las mismas acciones. Que todo lo que te dicen respecto al cambio es mentira. Y hasta lo que dices tú mismo, al respecto, puede serlo… No sé… Dime tú si me callo o estoy equivocado o estoy hablando hueás... si es así dime que me calle, no me enojo, o simplemente deja de escucharme, pero…

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