jueves, 17 de diciembre de 2015

Perder algo que no tienes.


A todos nos pasa.

La sensación esa de perder algo que no tienes.

Yo hasta lo busco, incluso, luego de perderlo.

En una oportunidad, por ejemplo, llamé un taxi.

Apenas llegó, le pedí que me llevara donde estaba aquello que había perdido.

El taxista no entendió, pero me llevó de todas formas hasta un local con letreros brillantes.

En el local vendían cervezas y podías jugar a los bolos.

Tomé seis botellas y derribé apenas cuatro pinos.

No era una buena marca.

De hecho, antes tomaba al menos diez cervezas y ni siquiera me mareaba.

Me sentí mal entonces, y comencé a observar simplemente el juego de los otros.

Había un viejo que hacía chuza a cada rato.

Luego, en las pausas, el viejo tomaba jugo de chirimoya.

Y claro… pensé entonces que ese era el truco.

Pedí un jugo de chirimoya y volví a arrendar una pista.

Tras varios intentos, solo boté unos cinco pinos.

Debía volver a analizar al viejo ese.

Lo miré con atención y fui descartando elementos.

Luego me convencí que su secreto debía estar escondido en algún sitio.

Así, finalmente, decidí que el secreto debía estar escondido en su bolso.

Lo tomé entonces sin que me viera y me fui del local.

Ya en casa abrí el bolso.

Además de una camisa y unos zapatos gastados encontré unas cartas de naipe inglés.

Nada de eso tiene significado alguno, me dije.

Tomé otra cerveza.

Comencé un libro de Thomas Pynchon.

Volví a perder entonces, otras cosas que no tengo.

Quise buscarlas, pero no supe dónde, nuevamente.

Debe ser tan fácil que no lo veo, me dije.

Prendí la radio.

A lo mejor nunca he amado nada… decía una canción.

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