sábado, 26 de diciembre de 2015

Rastrillos.


Yo creo que se pusieron de acuerdo.  De otra forma no habría resultado. Todos los vecinos de la calle sacando rastrillos a la misma hora, a eso me refiero. Sacándolos y pasándolos una y otra vez sobre lo que hubiese en el antejardín, sin distinción alguna. De haber estado sobrio hasta me habría dado miedo, estoy seguro. Además estaba el hecho de que no me hubiesen informado. Y es que toda la calle estaba rastrillando, menos yo. Supongo que eso debe querer decir algo. No me atreví a preguntar directamente, pero los miré de reojo todo el rato. El calor y el ruido de los rastrillos transformaba la escena en una especie de película de terror. Aunque claro… el estar borracho me suele proteger de sensaciones extremas... Sin pensarlo mucho entré a casa en busca de mi propio rastrillo. Revolví todo hasta recordé que no tenía. Lo más cercano que encontré fue una pala con el mango roto. La saqué de todas formas. Sentí que los vecinos me miraban. Todos seguían usando sus rastrillos, pero estoy seguro que observaban, de alguna forma. Entonces tomé una última cerveza y comencé a cavar, en el antejardín. Nada muy profundo, en todo caso, pues el suelo estaba seco y solo quería estar ahí, con los otros, haciendo ruido. Fue en ese instante que me golpeó la primera piedra. Era pequeñita, en todo caso, y me había caído en un hombro. Tras pensarlo decidí que tal vez hubiese saltado sola, mientras cavaba. Lamentablemente, cayó entonces otra piedra. Y luego una un poquito más grande que me golpeó directamente la cabeza. Me llevé los dedos al lugar del impacto y descubrí sangre. Un pequeño hilo de sangre que salía como un chorrito. Ninguno de los vecinos, por lo demás, daba muestras de haberme agredido. Todos seguían con sus rastrillos, como si no hubiese pasado nada. Yo también seguí cavando, sin alterarme, bajo el sol. El hilo de sangre se mezcló con el sudor y la sensación era molesta. Además comencé a marearme. Solo podía pensar en que los vecinos se habían puesto de acuerdo y que eso debía querer decir algo. Estaba tan molesto que no me percaté que los vecinos ya comenzaban a entrarse. De hecho, fui el último que se quedó en el antejardín. Hice un agujero de unos cuarenta centímetros de profundidad, con la pala. Terminaré por llenarlo, un día de estos. Así siempre suceden las cosas.

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