martes, 22 de diciembre de 2015

Ratones en el laberinto.


Visitamos el laboratorio de una universidad privada que quería un pequeño reportaje y unas fotografías.

De esos laboratorios que incluyen zonas de seguridad, gran número de compuestos químicos, órganos en formol y hasta esos típicos laberintos con ratones blancos.

Los encargados, de hecho, nos mostraban orgullosos las instalaciones.

Y claro, nos contaban cómo criaban ellos mismos sus propios ratones.

Nacían tantos, nos decían, que a veces los donaban a otras universidades.

Ojalá destaquen eso, nos dijeron.

Proveemos a otras universidades.

Yo hice como que anotaba, para que quedaran tranquilos.

Quizá fue por eso –por hablar tanto de los ratones-, que uno de los tipos nos invitó a presenciar un experimento que hacían con algunos de ellos.

Observen, nos dijo.

Este ratón caminará desde este punto hasta el otro extremo del laberinto, y apretará el botón rojo, con su hocico.

Y claro, nosotros observamos.

El ratón, segundos después, hizo exactamente lo que el hombre había dicho.

Por último, luego de apretar el botón, el hombre le entregó al ratón un pequeño trozo de queso.

Saquen fotos de eso, nos dijo.

Y claro, nosotros sacamos fotos del ratón sujetando entre sus patas delanteras el pequeño trozo de queso.

Todo parecía haber funcionado perfecto.

Ya en la tarde, sin embargo -tratando de escribir el texto-, terminé por redactar una entrevista donde el ratón nos explicaba cómo había amaestrado a unos tipos para que le dieran queso cada vez que apretaba un botón rojo.

-Son hueones muy ingenuos… -decía en la entrevista, aquel ratón.

Así, finalmente, mandé ese texto junto con un par de fotos, a la universidad privada.

Todavía no responden mis mensajes.

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