jueves, 24 de diciembre de 2015

Regalos sin abrir.


En mi caso, guardo siempre un regalo sin abrir, me dijo. El que suele verse mejor, para ser exacto. De hecho, tengo hasta un lugar en la casa para dejarlos, pues es un ritual que sigo desde hace años. No se trata de guardarlos para abrirlos después, por cierto. Ni siquiera pienso abrirlos, si soy sincero. Y es que los dejo ahí, finalmente, para recordarme que no los necesito. No los regalos, precisamente, pero digamos que ellos funcionan como símbolos, en este proceso. Tengo lo que necesito, me digo, cuando los veo. Lo extraño es que cuando cuento todo esto, mis amigos suelen ofenderse en vez de alegrarse… cuestión que me lleva a dudar incluso si son o no, verdaderamente, mis amigos. Y claro, ocurre entonces que me ofusco y esos amigos se transforman en otros de esos regalos sin abrir, prácticamente. Y parte del mundo entero, ya que estamos. En una de esas, sin embargo, el egoísta soy yo, tal como ellos dicen, pero sinceramente me nace sentir que tengo la razón, en esta disputa. Después de todo, sé quién me envió cada una de esas cosas que no necesito, excediendo mi necesidad y mi felicidad natural. Lo sé, y me alegro que me hayan ayudado a darme cuenta de aquello que ya poseo. De verdad no sé por qué se enojan… lo juro.

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