Pasar un palito entre las rejas de un cerco.

I.

-Es como pasar un palito entre las rejas de un cerco –me dijo.

-¿Qué cosa? –pregunté.

-Cantar en la iglesia, después de los setenta.

-¿Por qué…? ¿Qué ocurre después de los setenta?

-Ocurre que todo es como pasar un palito por un cerco –me dijo-. En la casa, con las visitas, en la iglesia…

-…

-No digo que sea tan malo… -dijo con tono suave-, pero es como pasar un palito por las rejas de un cerco… ¿lo ha hecho usted alguna vez…?

II.

Lo cierto es que no lo había hecho. O no recordaba haberlo hecho.

Lo de pasar un palito por un cerco, me refiero, o por una reja.

Cuando el viejo me lo dijo lo anoté porque me gustó la frase, pero luego lo pensé un poco más.

Y claro, esa misma tarde tomé un palito y comencé a pasarlo por una reja.

Lo hice mientras caminaba, en Valdivia, por la costanera.

A los minutos llegó un carabinero, en moto.

-¿Qué está haciendo? –preguntó.

-Pasando un palito por las rejas –contesté.

-Eso no se puede hacer –señaló.

-Pero yo sí pude –le dije.

-Es ilegal –agregó-. Las rejas son propiedad privada.

-¿La parte que da a la calle también? –pregunté.

-También –me dijo, pero dudó.

III.

Tras la conversación con el carabinero me quedó dando vueltas de otra forma la idea de pasar el palito por las rejas.

Me refiero a que esa acción bien podría ser la de un preso –si la cerca encierra a quien realiza la acción-, o la de alguien que va por fuera de un lugar al que no tiene acceso…

De ambas formas, sin embargo, la frase se me antojó de pronto más negativa de lo que había dicho el viejo.

Fue entonces que, frente a una tumba de tres niños en el cementerio alemán, traté de darle vueltas a esa sensación de borde, y de pasividad ante ese borde.

Finalmente, abrí el libro que estaba trayendo en mi mochila y apareció la siguiente frase (cito de memoria así que me puedo equivocar):

“No ponga un pie en el trabajo y otro en sus sueños. Vaya y renuncie, o resígnese a esta vida”.

Y todo se ordenó entonces, como por arte de magia.