miércoles, 13 de enero de 2016

Simpatías y antipatías / Un wampeter / El poncho del diablo

“Las simpatías y antipatías
no tienen nada que ver
con el asunto”
Bakonon


Existe en la Patagonia un edificio secreto, que tiene más de seiscientos porteros y solo un empleado.

Según me cuentan, está en territorio chileno, aunque el empleado y los porteros que en él trabajan provienen de distintos lugares del mundo.

Me explican que parte de esa estrategia es que no puedan comunicarse bien entre ellos, como en una especie de torre de babel.

Casi todos son puertas en ese edificio. Puertas, pasillos y una sola oficina, donde trabaja el empleado.

Un gran laberinto, en resumen, que protege una labor esencial y secreta.

Los porteros, a su vez, solo se hacen cargo de una puerta, y desconocen las posiciones de las otras y los laberintos que hay entre ellas.

Esto, ya que los hacen seguir una ruta distinta, cada día.

O al menos los hacen creer eso.

Y es que los eligen tontos, según señala quien me cuenta la historia.

Es decir, todos son un poco tontos, me dice, salvo el verdadero empleado, quien viste también como portero, para no despertar sospechas.

Cuando pido más detalles sobre la ubicación de este edificio, quien cuenta la historia me dice que está “donde el diablo perdió el poncho”.

Aunque claro, me explica que no se refiere a la frase, sino a una localidad que lleva ese nombre y que incluso aparecía en los mapas, hasta antes que comenzara a construirse ese edificio.

Ahora sale en algunos pocos mapas cerca de campos de hielo norte, me dice.

Yo miro entonces a quien narra la historia ya que, si bien no creía nada del asunto, estuve una vez en esa localidad, cerca de campos de hielo norte, e incluso visité una iglesia donde guardaban supuestamente, como reliquia, el poncho que había perdido el diablo.

Desde ese instante comienzo a escuchar sus palabras más atentamente.

Supongo que él también lo nota.

Parece que comienza a creerme, comenta.

No lo sé, le digo, pero me gusta el orden que toma todo esto.

¿Sabe lo que es un wampeter?, me pregunta entonces.

No, digo yo.

El me dice entonces que la definición sale dispersa en unos pocos libros de ciencia ficción, aunque la ordena él de la siguiente forma:

(Lo que está a continuación lo extraigo de una hoja, en la que tomé nota)

Todo puede ser un wampeter (una roca, el musgo en esa roca, un animal…). Más allá de eso, los seres que pertenecen a ese wampeter (sin saberlo) giran en torno a él en un “majestuoso caos de una nebulosa espiral”. De esta forma, las órbitas estarían dispuestas en torno a un mismo wampeter. Dichas órbitas, por último, serían de naturaleza espiritual, por supuesto.

Tras esta explicación yo le pregunto si en ese edificio, el empleado, en su oficina, tendría oculto el wampeter.

-Ese empleado –dice entonces-, de existir, sería el wampeter de un grupo de seres.

-¿De los que alcancen a entrar en su órbita? –pregunto yo.

-Sí –me contesta-, pero recuerda que son ondas espirituales.

Entonces, él agrega que esas ondas no se comportan como cualquier otra… No es como lanzar un objeto al lago… Estas ondas se forman tras lanzar un objeto espiritual a un campo físico…

-¿El poncho de diablo, por ejemplo? –pregunto.

-O Dios o el Diablo mismo –dice él-, si es que se dejan caer.

Yo trato de entender lo que dice.

-Pero el wampeter, finalmente, ¿es bueno o es malo? –insisto.

-El wampeter es, simplemente… y siempre existen dos para cada ser, uno que crece en importancia y otro que mengua… No sirve hablar de bueno o malo o correcto o incorrecto…

-Por otro lado, -finaliza-, ese no tiene por qué ser tu wampeter… todo puede ser puerta, si lo piensas… no sé cuántas ya cruzaste, en este texto.

-Amén –dije yo.

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