martes, 19 de enero de 2016

Todo en cámara lenta.


Lo vi todo como en cámara lenta, me dijo. Yo estaba al lado cuando le hicieron la zancadilla. Fue el chico que atendía el bar, no debe haber tenido más de veinte años. En el juicio dijo que fue un tropezón casual, pero luego admitió que lo mandó el dueño. Esos se tienen que ir sangrando para que no vuelvan. Hay que dejárselos claro, le habría dicho. El chico tuvo que admitirlo, porque si no cargaba él mismo con toda la culpa. A mí me tocó hablar al final y fue entonces que dije que lo vi todo en cámara lenta. Como en las películas cuando uno se muere, les dije. Aunque claro, acá el muerto había sido otro. Entonces expliqué la escena del viejo cayendo, tras la zancadilla. Todo en cámara lenta. El viejo abrazando la botella que no quería devolver y acercándola a su pecho. Fue como un acto de amor, les dije. Ellos se rieron y el juez se enojó, pero yo insistí en que así lo había visto. El viejo la había abrazado como si fuese un hijo y hasta la botella parecía haber estirado hacia él sus propios brazos, repetí. Y claro, agregué, fue entonces que el viejo alcanzó a dar dos o tres pasos, en plena caída, hasta terminar en el suelo. El juez me preguntó mucho entonces sobre esos pasos. Quería que le aclarase si cayó directamente o si había seguido avanzando antes de caer. Si usted dice pasos es que él avanzó, me dijo. Y claro, yo miraba al chico que atendía y sabía lo que estaba en juego así que no quise arriesgarme a decir nada. Además uno nunca sabe por qué se cae, finalmente, o cuando uno se comienza a caer. Luego el abogado del chico insistió en que yo lo había visto todo en cámara lenta. Yo no sabía por qué, pero luego entendí que quería poner en duda lo que yo había visto. Las cosas no ocurren en cámara lenta, decía el abogado. Y además las botellas no tienen brazos. Aquí lo único concreto es el tropezón y el trozo de botella que el occiso estaba robando enterrada accidentalmente en su garganta. El juez anotaba en un papel y me miraba de reojo. Nadie me preguntaba nada y yo no sabía si volver a sentarme en las bancas o si debía quedarme en el lugar. Al final opté por pararme, pero el juez golpeó con el martillo y me dijo que me quedase ahí, hasta que él terminase de hablar. Así lo hice. Finalmente me preguntaron su tenía algo más que agregar y yo dije que sí, pero que era un comentario general, y señalé entonces que nadie sabe realmente a qué velocidad ocurren las cosas, y que ver en cámara lenta, normal o rápida era una cuestión que nada tenía que ver con la verdad o falsedad de lo que uno hubiese visto. ¿Nada más?, dijo el juez. Y yo dije que nada más. Entonces volví a las bancas, el chico acusado lloriqueó un poco y el juez dio la sentencia.

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