sábado, 16 de enero de 2016

Un comentario. Una historia. Un consejo.

“Los amantes son mentirosos
que a sí mismos se mienten.
Los honrados carecen de pasión”
Bakonon


Voy en bus, dormitando, cuando me increpan para que le dé el asiento a un sacerdote.

Un sacerdote de mi edad, en este caso.

Pienso en negarme, pero siento contra mí las miradas de todos.

-Siéntese padre –le digo.

-Gracias, hijo –me contesta.

Las miradas se calman.

Como desquite, sin embargo, apoyo junto a él el estuche de la guitarra y le doy unos cuantos golpes.

-Disculpe padre –le digo cada cuatro.

-Más fueron los latigazos a Cristo –dice él.

Entonces la persona que iba junto al sacerdote –y junto a mí en primera instancia- se baja, y paso yo a sentarme junto a él.

-¿De vacaciones, hijo? –me dice.

-Algo así –contesto.

-Siempre es bueno alejarse del centro de las cosas –señala-. Pero no se deben sobrepasar los bordes.

-¿Es un consejo? –pregunto.

-Un comentario –me dice.

Avanzamos luego en silencio.

El bus tomó entonces un camino rural.

El paisaje era hermoso.

-En el pueblo al que vamos –dijo repentinamente el cura-, siempre venía a mí una abuela para contarme que tuvo pesadillas… finalmente, sin embargo, mientras las relataba, resultaba que eran buenos sueños.

El bus toma entonces mal una curva y todos saltamos de los asientos.

El cura no dijo nada más.

-Ese sí parecía un consejo –comenté.

-Esa era una historia –dijo él.

Pensé en molestarme, pero de pronto sentí que el cura se parecía a mí.

Opté por reírme, finalmente.

Afuera comenzaba a lloviznar.

-No tengo la pasión suficiente para dar consejos –señaló de pronto, cambiando el tono-. Y me salen poco serios.

-Entiendo –le dije-. No se preocupe.

Justo entonces vi el cartel que indicaba el lugar donde me dirigía, y me preparé para bajar.

-¿Bajas acá? –me preguntó.

Yo asentí.

-Me debe un consejo –agregué.

El bus se detuvo.

-No aceptes monedas de madera –dijo el cura, de improviso.

Yo no supe que decir.

-De hecho, por hacer algo que amas, no aceptes moneda alguna –agregó, sonriendo.

Yo lo miré y por un instante creí ver en él un poco de pasión.

Cargué mis cosas.

-Ese sí es un consejo –comenté, mientras bajaba.

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