sábado, 6 de febrero de 2016

Como una iglesia.

“No tenemos eso en nuestra iglesia.”
Thomas Pynchon.

Era como una iglesia.

Ya sabes.

La entrada.

La disposición de las bancas.

El silencio.

Al final, sin embargo, en reemplazo de la cruz, se veía un gran ventilador.

El aire que movía, por cierto, llegaba exactamente hasta las puertas de ingreso.

Y claro, eso te hacía mirar de nuevo.

Reubicarte, digamos.

Aprender de nuevo lo que era una iglesia.

Resignificar, incluso.

Sé que no me ocurrió solo a mí.

Todos los que entraban pasaban por lo mismo.

Mirar el entorno.

Serenarse.

E ir hasta una de las bancas.

En mi caso, por ejemplo, elegí sentarme en una de las últimas.

Y es que desde ahí podía observar todo el lugar.

Las angostas ventanas al lado derecho.

Los pequeños ventiladores dispersos por la sala.

Y hasta la gente que estaba en el lugar.

Realmente era como una iglesia.

Afuera, en contraste, hacían más de treinta grados.

Todos iban deprisa.

El ruido era ensordecedor.

Por lo mismo, el lugar que era como una iglesia era también como un oasis.

Y el gran ventilador no era solo una imagen, sino que verdaderamente era como un dios, que podía dar cobijo…

Debo haber permanecido en el lugar por media hora, más o menos.

No quería volver al bullicio y hasta hubiese deseado poder dormir ahí.

No lo hice, sin embargo.

Cuando conté del lugar, horas después, nadie me creía.

Por lo mismo, lo dejé pasar también, como una broma.

Por otro lado, si esa resulta ser la iglesia verdadera, ellos se lo pierden.

Yo, en todo caso, ya estoy acostumbrado a que no me crean una mierda.

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