martes, 2 de febrero de 2016

Crema de cebolla y una copa de vino.

"No se puede obviar el mundo..."
F. P.

Pedimos una crema de cebolla y una copa de vino.

Cada uno, por supuesto.

Luego de diez minutos, nos sirvieron.

La situación era extraña.

Me refiero a que debíamos hablar, pero permanecíamos en silencio.

Entre nosotros, sobre la mesa, había una pequeña vela encendida.

Ella observaba su copa de vino.

Yo me concentré en la crema.

La cebolla había sido cocinada de varias formas.

Caramelizada incuso, y deshidratada junto a algunas especias.

Entonces ella dejó de observar su copa y me preguntó en qué estaba pensando.

Yo le dije que en cebollas.

Más o menos era cierto.

Cuando yo pienso en cebollas me lloran los ojos, comentó ella.

Es como cuando piensas en limones y salivas, agregó.

Tienes razón, le dije, a mí también me lloran un poco.

Tomamos la crema.

Bebimos el vino.

Luego pedimos pimientos asados con queso de cabra y toques de albahaca.

Para beber pedimos más vino.

Si uno lo piensa, dijo entonces ella, no necesitamos las cosas para que produzcan su efecto.

¿Hablas de las cebollas?, le pregunté.

, dijo ella, también de las cebollas

Pasó un  momento.

Volví a guardar silencio.

Comimos los pimientos y el queso de cabra.

Lo acompañamos con un canastito de pan dulce, de tomate.

Nos bebimos el vino.

Todo estaba muy tranquilo.

Tan agradable que parecía falso.

Pedimos luego una última copa.

Sin hablar, nos reímos.

Una risa breve, quién sabe con qué motivos.

Pasamos así un buen rato.

Trajeron la cuenta.

Pagamos.

Entonces salimos del lugar y caminamos hasta una esquina.

Nos dimos un abrazo a modo de despedida.

Un abrazo ligero, afectuoso.

Por último, ella se fue en una dirección y yo elegí la otra.

La noche estaba tibia.

La verdad no estaba en ningún sitio.

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