domingo, 21 de febrero de 2016

Sinceramente, para qué.


Sinceramente.

Me gustaría saber
para qué se escribe.

No para escribir, claro,
para eso no se necesita.

Supongo que ocurre
un poco
como con la vida.

Me refiero que sería un plus
saber para qué se vive,
aunque para vivir,
claro está,
no resulta necesario.

Sinceramente.

Sería hermoso saber.

Para qué un hijo.

Para qué la luna.

Para qué el agua fresca.

Para qué el corazón.

Para qué el amor.

Para qué la muerte.

Sería hermoso saber.

Y claro.

Tal vez escribir.

Tal vez vivir.

Tal vez amar.

Tal vez tener un hijo.

Sean respuestas,
en el fondo.

Tal vez el agua fresca
lo sea.

Sería hermoso saber.

Sinceramente.

Saber por ejemplo
de dónde viene el miedo
a perder lo que amas.

A perder un hijo.

A perder tu corazón.

Saber por qué ese miedo existe,
me refiero.

Tal vez sería hermoso
saber.

El verdadero valor de la vida.

El valor de una flor.

El valor del agua fresca.

Cuando busco el silencio absoluto,
por ejemplo,
logro escuchar mi corazón.

Puede ser egoísmo,
sin embargo,
en medio de miles de millones
de otros corazones.

Sinceramente.

Tengo miedo de estar equivocado.

Miedo de ir hacia ningún sitio.

Miedo de nada abrazar.

Y es por eso,
en el fondo,
que me gustaría saber
para qué se escribe.

Para qué se vive.

Para qué se ama.

Para qué existe el agua fresca.

Sinceramente.

Para qué.

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