viernes, 1 de abril de 2016

Interiores y exteriores.


I.

Planté unas pequeñas semillas en el jardín.

Hace unos meses, claro.

Las regué con la constancia que creí suficiente.

Lamentablemente, ninguna de ellas, dio brote alguno.

Intrigado, cavé justo donde las había plantado.

Y claro, las encontré intactas.

Pequeñas y perfectas y sin la más mínima grieta.

Estas –tal vez- son mis semillas. Me dije.

Desde entonces las llevo conmigo.


II.

Sn agua y sin sol, fueron abriéndose las semillas.

Aparecieron grietas.

Se hincharon.

Se abrieron, decía, desde el interior de mis bolsillos.

No era el sitio indicado, tal vez, pero revelaron tener algo.

Y es que cada vez que transplantaba las semillas a la tierra,
todo crecimiento se detenía.

Y claro, yo volvía entonces a dejar las semillas en mis bolsillos.

O en mis manos incluso, donde el crecimiento se reanudaba.

Les aseguro que eso, es lo que hacía.


III.

Un amigo me explicó, con el tiempo, que las semillas de las que hablo, son semillas de interior.

Según él, es difícil que crezcan mientras la luz del sol les llega directamente.

Así y todo admitió que, por lo general, las semillas en exterior no detienen por completo su crecimiento, cuando son expuestas.

Debió admitir, por lo tanto,que mi caso particular, era sin duda un hecho extraño.

De hecho, ahora mismo, mientras escribo, alineo las semillas a medio germinar y las observo.

Y claro... no sé por qué, pero hasta me animo a hablarles.

Nunca he sabido diferenciar interiores de exteriores, les digo.

Poco después una de ellas asiente, mostrando de pronto, el brote de su primera hoja.

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