domingo, 10 de abril de 2016

Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo.

“No llore, no sirve de nada y se va a fatigar”.
B. V.

I.

No basta plantar el árbol.

Tampoco basta regarlo.

Cuidarlo, tal vez.

Probar los frutos de ese árbol.

Y claro,
que exista un nido en ese árbol.

Entonces,
esperar que nazcan en aquel nido
pájaros que sean buenos chicos
y que dejen con vida –por pura bondad-,
a uno que otro gusano.


II.

No solo escribir un libro.

Escribir un libro donde ella mejore.

Escribir un libro donde ella es el mundo.

Un libro donde la felicidad
esté a la vuelta de la página.

O un libro donde al menos
sea posible.

No la felicidad de todos los hombres,
sino la felicidad
de cada uno
de esos hombres.


III.

¿Un hijo?

Un hijo y nieve de vez en cuando.

Lluvia y nieve y sol y un hijo.

Un hijo para que el corazón se desgarre.

Para salir fuera de nosotros mismos.

Un hijo para el mundo.

Para que plante otro árbol
y escriba otro libro
y hasta tenga otro hijo.

Un hijo para él mismo.

Y uno se vuelve transparente entonces.

Mientras el árbol y los pájaros…

Mientras el libro…

Y uno se vuelve viejo y mamón y desaparece
mientras ese hijo crece y se entera
que debe escuchar a Boris Vian
y dejarse querer por Vonnegut
y tal vez ordenar la biblioteca
si el corazón se lo ordena.

Aunque tenga sueño.

Aunque llueva sobre él
y tenga frío.

O aunque ella no mejore.

Esa es la consigna.

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