martes, 10 de mayo de 2016

Una camisa para el esposo de Cristina.


Como no hizo problemas para que viajara con sus amigas, Cristina cree que su esposo merece un premio.

Además se quedó en Santiago y a cargo de los niños, cuestión que no es menor.

Por esto, se da un tiempo antes del viaje para pasar a una tienda exclusiva y comprarle una camisa.

Tiene la talla exacta y las medidas, pero lamentablemente se encuentra con un problema.

Y es que en la tienda, tienen la política de no vender prendas para nadie que no esté presente, asegurando así que la prenda luzca de buena forma y la marca no se desprestigie.

Cristina entonces empieza a explicar que su esposo está en Santiago, en Chile, y que se quedó cuidando a los niños y que esa camisa le vendría de maravilla, que tiene justo sus colores favoritos y que él se la merece. Así, entusiasta, incluso saca el celular, para mostrarle unas fotos al vendedor.

Mire, ese es mi esposo, dice Cristina.

El vendedor sin embargo insiste en que se trata de políticas de la empresa y que no puede hacer excepciones. De todas formas, le da a entender que podría hacer la vista gorda si a ella se le ocurre una manera sutil de engañarlos.

Consiga acá afuera alguien como su esposo, le dice el vendedor, luego lo trae y le probamos la camisa y asunto concluido.

Cristina duda, pero por las señas del vendedor parece ser esa una solución habitual. De hecho a un costado de la tienda, observa que hay una hilera de seis hombres, que al parecer cumplen esa labor, cobrando pequeñas tarifas.

¿Necesita un esposo?, le preguntan, apenas sale de la tienda.

Ella asiente.

Luego mira.

Los hombres están quietos, en fila, y parecen en una especie de vitrina.

Está el bajito y delgado, otro un tanto más gordo, uno atlético y alto, alguno más desgarbado y otros dos con matices menos definidos.

Todos son morenos y visten ropas simples, sencillas. Tienen zapatos gastados y camisas decoloradas. Se ven limpios, sin embargo.

Cristina elige a uno.

Lo cierto es que no se parece a su esposo, pero al menos en estatura debe estar bien. Un poco más delgado, claro.

El hombre sonríe e intenta pararse más derecho.

Cristina entra a la tienda.

El vendedor finge no conocerla.

¿Quiere una camisa para su esposo?, pregunta.

Cristina asiente.

Se siente absurda, claro, pero asiente.

Ve a su nuevo esposo en el probador y comprueba cómo le queda la camisa.

El hombre se da una vuelta, despacio, como modelando la prenda.

En el interior del probador, en tanto, cuelga la camisa gastada que llevaba antes.

Cristina la observa, atenta, sin saber por qué.

Nada especial pasa.

La compra se realiza.

Cristina paga la camisa y el vendedor se despide de ambos.

Una vez fuera, el hombre estira la mano y Cristina le entrega un billete de cinco dólares.

No sabe si es suficiente porque no acordó un pago previo, pero el hombre parece conforme.

Sonríe un poco, de hecho, aunque mantiene la vista baja.

Gracias señora, dice el hombre.

Eso fue todo, piensa Cristina.

Ahora solo queda comprar unas cosas para los niños y pasar una última tarde en la playa.

Mientras espera un taxi, junto a la acera, ella sigue con la vista al hombre, que va hasta un carro de comidas y compra un hot dog.

Finalmente, Cristina se sube al taxi y regresa al hotel.

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