jueves, 16 de junio de 2016

Epiléptico frustrado.


Que no se lo tomen a mal los epilépticos,
pero resulta que soy un epiléptico frustrado.

Y es que la falta de espasmo entibia a tal punto
que uno ruega a veces por la desesperación
para recuperar la fiebre, el hambre, el golpe,
y hasta la esperanza.

No es que lo tome a la ligera.

No es que realice, simplemente, un juego de palabras.

De lo que se trata más bien
es de recurrir a la convulsión,
o al desequilibrio,
para originar entonces una grieta
y vislumbrar de esta forma algo más
de lo que nos ha sido dado.

Un éxtasis vacío.

Una amargura violenta.

El vértigo que produce el caer,
de golpe y a la vez,
dentro y fuera de nosotros mismos.

Por eso es que soy un epiléptico frustrado.

Por eso es que intento una y otra vez
explicarme
con palabras que parecen
arrancadas del invernadero.

Sin raíces profundas, me refiero.

O derechamente sin raíces.

¡Qué cambio sería entonces el espasmo…!

La desesperación real
frente a todas aquellas
heridas de utilería.

La irrupción de una verdad violenta.

Una grieta pequeña,
pero cierta.

La posibilidad única
de una liberación profunda.

Y es que eso es lo que ansío.

Y soy lo que ansío.

Mis manos tiemblan
de esperanza.

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