sábado, 9 de julio de 2016

Cuando se pierde el gato.


Cada vez que se pierde el gato ella se enoja y me acusa diciendo que lo he matado.

Entonces, ella enumera situaciones donde yo supuestamente demostré rabia y dejé al descubierto mis impulsos criminales.

Y claro, cuando dice esto sus nervios la desbordan.

Grita, revisa el filo de los cuchillos y hasta lanza cosas.

Las últimas veces, incluso, ha intentado golpearme.

Yo trato de hacerla entender, por supuesto, pero ella parece convencida.

Amenaza con denuncias, me exige explicaciones y por último sufre porque no me muestro arrepentido.

Y claro, generalmente el día se acaba así, con ella llorando sobre la cama y yo esperando a que se duerma para salir de noche y buscar al gato.

Mis nervios no se desbordan.

Y es que casi siempre lo encuentro en la casa de un vecino que tiene también un par de gatos.

Toco el timbre, le pregunto, y la mayoría de las veces me lo entrega en brazos.

Entonces yo regreso a casa y lo dejo al interior, para que ella lo vea en la mañana.

Así, finalmente, ella lo ve y todo se tranquiliza hasta que la historia se repite.

Por lo mismo, varios amigos me preguntan por qué sigo con todo esto.

Y claro, yo los escucho y me sonrío y les digo que lo hago por el gato.

Juro por este blog, por cierto, que no les miento.

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