martes, 12 de julio de 2016

Ella llama porque se apagó la estufa.



Ella me llama de madrugada para decirme que se le apagó la estufa.

-¿Qué estufa? –pregunto.

-La negra –dice ella-. La de gas.

Son cerca de las tres de la mañana, pero sé que no vale la pena insistir sobre este asunto.

No con ella, al menos

-¿Me escuchas…? –insiste-. Te digo que se me apagó la estufa.

-Sí te oigo –le aclaro-. Pero no sé… ¿Te fijaste en el balón?

-¿En el balón de gas?

-Sí… -digo yo.

Ella no responde.

-¿Te fijaste si tiene gas? –insisto.

-Yo creo que sí –me dice.

-¿No estás segura?

Ella se demora un poco.

-No sé… -dice entonces-. ¿Cómo se sabe si tiene gas?

-Intenta levantar el balón –le digo-. Tómale el peso…

-De acuerdo… -me dice-. Espera…

Dejo pasar unos segundos.

-¿Y…? –le pregunto.

-Está pesado –dice ella.

-¿Pero pesado lleno?

-Creo que sí… -me dice.

Yo intento pensar un poco.

-¿Y has intentado volver a prenderla? -le pregunto.

-Claro… -dice ella-. Pero no enciende…

-¿Y el balón…? ¿Desde cuándo lo tienes?

-¿Cómo “desde cuándo”?

-¿Cuándo lo compraste…? –le aclaro.

-Pero si es el mismo que teníamos antes… El amarillo…

-Pero hay que llamar y cambiarlo… -le digo. ¿De verdad no sabes?

Ella hace una pausa.

-¿Por qué hay que cambiarlo? –pregunta entonces.

-Porque se vacía y debes cambiarlo por uno lleno.

-¿Y qué hacen con el balón vacío?

-Se lo llevan… como con los envases de bebida…

Ella vuelve a quedarse en silencio, como si dudase de mis palabras.

-Es verdad –le digo-. ¿De verdad nunca estuviste cuando llamaba y lo cambiaban?

-No –dice ella, como desilusionada-. Yo pensaba que era siempre el mismo.

-Mejor acuéstate –le digo entonces-. Acuéstate y llámalos temprano… El número se lo pides al conserje…

-Ya –dice ella.

Su voz suena triste.

-Buenas noches –le digo.

-Buenas noches –contesta.

Luego espero, hasta que ella cuelga.

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