martes, 9 de agosto de 2016

Cuando abro los ojos hay un árbol.


Cuando abro los ojos hay un árbol.

Antes no recuerdo.

¿Quién sabe?

Repito, entonces, lo hecho.

Sujeto la memoria con alfileres a un tablero.

Cierro los ojos y olvido.

No descanso.

Cuando abro los ojos hay un árbol.

También hay un tablero y otro árbol.

Tal vez si pienso en voz alta alguien me escuche.

Y entonces, tal vez, alguien me explique.

Ojalá fuese solo cansancio.

Ojalá fuese solo el olvido.

No puedo evitar cerrar los ojos.

Algo arde bajo los párpados.

Cuento hasta diez y nada pasa.

No hay luz.

Calor, apenas.

Aguanto la respiración hasta dónde puedo.

Luego cedo.

Cuando abro los ojos hay un árbol.

Ya son varios.

Anoto en un papel un número.

El papel está en un tablero y tiene signos que desconozco.

Hay olor a tierra mojada.

La luz es tenue.

No se ve a nadie.

Tal vez el sueño llega para escapar de aquello.

Para evitar oír que el yo que somos realmente está en otro sitio, o no está, o somos eco.

Es decir, no solo vemos por espejo.

Somos por espejo.

Alguien allá debe cerrar los ojos y yo los cierro.

Y claro, mientras lo hago comprendo, pero olvido qué comprendo.

Cuando abro los ojos hay un árbol.

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