jueves, 25 de agosto de 2016

Pecas.


-Usted debiera tener pecas –dice él.

-¿Qué? –pregunta ella, sorprendida.

-Que usted debiera tener pecas… Ya sabe… En el rostro…

-Pues no entiendo de qué habla, disculpe, tengo prisa…

-Pues podrá tener prisa, pero no tiene pecas…

-¿Qué es lo que dice…?

-Eso: que no tiene pecas.

-Pues usted tampoco tiene.

-Pero yo no debiese tener. Usted sí. Y no tiene.

-¿Y cómo sabe usted que yo debiera tener pecas?

-Su rostro lo dice… mire… tome…

-¿Qué cosa? ¿Qué es lo que…?

-Un espejo. Observe su rostro, y vea.

-¿Qué quiere que vea?

-Vea que algo falta…

-¿Y qué faltaría?

-Las pecas, ya le he dicho… Tal vez las extravió… Debiese tener más cuidado con esas cosas.

-Pues yo no veo nada raro… tengo lo mismo de siempre…

-Entonces es peor: le falta lo mismo de siempre.

-¿Y cómo se supone que le puede faltar a uno algo que nunca ha tenido?

-Así mismo, tal como usted dice: faltándole a uno lo que uno nunca ha tenido.

-Usted ni siquiera sabe explicarse.

-Y usted ni siquiera sabe entenderse… No pude siquiera comprender su propio rostro… No puede entender  qué le falta…

-¿Y usted qué sabe de mí? ¿Acaso cree que por intuir algo y detenerme en la calle ya me comprende usted más que yo misma?

-No dije que la comprendiera a usted… yo hablé de su rostro… y de que debiese tener pecas…

-Pues entonces le doy a razón, si quiere, para poder irme… Debiese tener pecas… ¿está contento ahora?

-Esto no tiene que ver con estar o no contento.

-¡¿Y con qué tiene que ver…?!–exclama ella, molesta.

-Tiene que ver con comprender –dice él-. Solo eso.

Tras señalar esto, repentinamente, se formó entre ambos un extraño silencio.

Entonces, ella pareció tomarse un descanso, y pensó por un momento con seriedad sobre lo que él decía.

-¡Mire…! –exclamó  de pronto él, tendiéndole el espejo.

-¿Qué ocurre? – preguntó ella, más calmada.

-Ocurre esto –insistió él-. Le acaba de salir la primera peca.

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