miércoles, 17 de agosto de 2016

Tijeras.


Sonido.

Sonido de tijeras.

Escúchelo usted.

Debajo de todo está aquel sonido.

No dude tanto.

Intente escucharlo, al menos.

Claramente son tijeras.

Una voz, casi.

Una voz que rechina.

Una voz de tijera.

Una amenaza, incluso.

Estoy seguro que puede usted oírla.

Tal vez temerla.

No descifrarla.

De niño la oía y después ya no.

Despertaba, a veces, con la lengua cortada.

Sangre en la almohada.

Coágulos en la boca y el sonido de tijeras.

Semanas de curación.

Intenté explicarlo, pero nadie quiso oírlo.

Un doctor me dio pastillas.

Otro me acusó de estar mintiendo.

Me internaron unos meses.

No dejé de escucharlas.

Las tijeras se asustaron pues me esforcé en nombrarlas.

Reconocí intenciones.

Tal vez descifré un mensaje.

Entonces las tijeras se tomaron esto en serio.

Sus cortes llegaron de otra forma.

Eran fuertes, pero tenían miedo.

Yo, en tanto, aprendí a mentir.

Mi lengua estaba sana, pero nada decía.

Pasó entonces el tiempo.

El sonido seguía, pero casi como un juego.

Las tijeras y yo fingimos olvidarnos.

Ellas sonaban bajo y yo hablaba sin decir.

Evité denuncias.

Les resté importancia.

Relaté lo ocurrido como anécdotas varias.

Y claro, aprendí también a sonar como tijera.

Filos que cortan el vacío.

Ruidos que se sobreponen a otros ruidos.

Pueden ustedes oírlos si gustan.

Pueden hacerlo, pero no digan nada.

Y es que debajo de todo están sonando las tijeras.

Poco más –compréndanme-, puedo decir al respecto.

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