lunes, 8 de agosto de 2016

Tres veces.

Le dije tres veces que yo cocinaba, pero al final cocinó ella. Un error, supongo. No tanto por el resultado sino porque le digo tres veces y al final no me escucha. Siempre pasa lo mismo. Además mientras ella cocina yo no hago nada. O no por los dos, al menos. Y claro, eso incomoda. Luego me dice que no ponga la mesa. Incluso agrega que servirá por sí misma los platos. Si quieres descorcha un vino, me dice, como si fuera la gran cosa. Eso permite, al menos, pero no me deja poner las copas. Entonces busco y me doy cuenta que no está el sacacorchos. Se lo digo. El sacacorchos no está donde debe estar, le digo. Ella entonces dice que no importa, que la deje encima y que ella la abre en un momento. No es el punto, le digo. Es solo que no está el sacacorchos. Ese es un punto importante, dice ella. Yo lo soluciono, agrega. Entonces ella sirve los platos y yo me siento. De reojo, puedo ver como intenta abrir la botella de vino. Y claro, la veo sacar a escondidas el sacacorchos. Es de metal y además tiene una unta afilada para abrir latas. Ella descorcha la botella y se sienta frente a mí. Deja el sacacorchos a un lado, sobre la mesa. Tres veces te dije que yo cocinaba, le digo. Ella dice que no entiende de qué hablo. Yo le explico. Tres veces le explico. Nada más.

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