lunes, 3 de octubre de 2016

No uno mismo.


Alguien trozó mi vida y me dejó momentos.

No me gustan los momentos.

A veces pienso que me los invento y que son una especie de metáforas.

Signos de reemplazo, digamos.

No son parte de la cosa misma, quiero decir.

Eso siento.

Me refiero a que no hay, en el fondo, cosa misma.

Los momentos entonces como reemplazo de algo que desconozco.

Algo que desconozco y que no debiese ser distinto a quién soy yo mismo.

No sé si lo digo claro, pero mi sensación es certera.

Alguien trozó mi vida y esta no se rearma a partir de momentos.

No me gusta esa sensación.

Como si al trozar mi vida algo se hubiese perdido.

Como si la vida se hubiese desangrado al cortarla en momentos.

Como si hubiese sido diseccionada.

Aunque claro, no solo es eso.

Más bien diseccionada y al mismo tiempo otra en cada una de sus partes.

Partes que además son reemplazo, como decía.

Sucedáneos de otra cosa.

Y lo peor es que eso es uno, a fin de cuentas.

Eso es uno al querer decirse, me refiero.

Al querer comprenderse, incluso.

Solo quedan momentos.

Jirones, digamos.

No la vida, que creímos.

No uno mismo.

Eso es lo más triste.

Momentos.

Archivos cifrados.

Metáforas de algo a lo que no tenemos acceso.

No uno mismo, en definitiva.

Eso es lo más triste.

No uno mismo.

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