jueves, 27 de octubre de 2016

Salir a dar una vuelta.


Ya no sé si era bueno o malo, salir a dar una vuelta.

Casi siempre de noche.

Lento.

Tranquilo.

Ya no sé siquiera si era triste.

Respirar hondo.

Mirar.

No saber bien cuál sería el punto exacto desde el cual comenzar el regreso.

Y es que a veces se perdía ese punto.

O a veces ni siquiera existía.

Y salir era entonces una forma de evidenciar que carecía de hitos.

De metas, incluso.

Una angustia pequeña.

Un ligero temblor en el pecho.

Cambiar ese punto noche a noche.

Vuelta a vuelta, digamos.

Arriesgarse a que ese punto se transformara de pronto en un abismo.

Arriesgarse a que ese punto estuviese ahora en el fondo de un pozo.

Miedo de esas vueltas, en el fondo.

Supongo que de cierta forma tuve miedo.

Y es que el mundo incluso daba vueltas y uno en él y todos.

Conscientes o no, pero todos daban vueltas.

Tantas órbitas

Tantos pasos.

Tantos engaños pequeñitos.

Qué sensaciones eran esas.

Y el cielo hermoso e inmenso, allá arriba.

Lejos allá arriba.

¿Quieres que te diga algo?

Un día el corazón se va a estancar y hay que saber antes.

Comprender antes.

¡Tantas cosas comprender…!

Qué salimos a buscar.

Dónde vamos.

Dónde regresamos.

Qué tan solos estuvimos.

Y si amamos o sufrimos, realmente.

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