miércoles, 12 de octubre de 2016

Sin Freud.


Yo llegaba al lugar y lo primero que veía era leche en el suelo.

Una mancha de leche, me refiero.

Entonces preguntaba a unos niños y ellos decían que habían apuñalado una vaca.

Como no reían yo lo tomaba en serio.

No es que lo creyera, pero pensaba que de cierta forma podría tratarse de algo importante.

Ser metáfora de algo grave, me refiero.

Por lo mismo, desconfiaba de la naturaleza de esos niños.

Deben haber sido unos diez y todos tenían actitudes similares.

Rostros serios, miradas cómplices, manos empuñadas.

Y claro, yo les preguntaba por qué los puños.

Ellos se miraban y habló entonces uno pequeño.

Me dijo que escondían algo de valor.

No especificó qué, pero al menos eso decía.

Cuando habló, además, me percaté que masticaba algo.

Entonces los miré con atención y observé que todos, en realidad, masticaban algo.

No sé bien por qué, pero me hice la idea, mientras los veía, que masticaban trozos de carne.

Uno de ellos, incluso, arrojó uno al suelo.

Me pareció ver restos de sangre, incluso.

Mi madre quería irse en un carro, dijo entonces uno de los chicos.

Los otros lo hicieron callar.

Finalmente, algo asustado, me di cuenta que estaba de pie, justo sobre la mancha de leche.

Luego no veía mis pies y hasta me abrí a la posibilidad de haber caído dentro de dicha mancha.

Usted no sabe sufrir, me dijo finalmente uno de los niños, antes de despertar.

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