domingo, 27 de noviembre de 2016

Ella tuvo un millón de enfermedades distintas.


Ella tuvo un millón de enfermedades distintas.

Pero murió finalmente por desgano.

O porque vio en cada enfermedad una flor oscura.

O por la culpa de arrancarlas antes que fuese el tiempo.


Ella tuvo un millón de nombres y un millón de amantes.

Con todos tuvo un hijo y ninguno de ellos fue bueno.

Y es que la maldad llegó a ellos junto a la falta de respuestas.

Algunos se mataron entre sí y nunca llegaron a llamarse hermanos.


Ella tuvo un millón de sueños y un millón de desengaños.

Y pocas veces supo distinguir los unos de los otros.

Se alegría fue amarga y su voz no aprendió a nombrarla.

Y entonces perdió la esperanza sin luchar, igual como alguien envejece.


Ella visitó al menos un millón de catedrales.

Y en todas llamó a dios con un millón de nombres distintos.

Lo hacía pues tenía una pregunta que solía gritar en sus visitas.

Si dios respondió o no lo hizo, ella nunca lo supo.


Ella vivió un millón de muertes y todas fueron propias.

Las vio venir y hasta a veces las llamaba.

Ninguna de ellas fue rotunda, sin embargo, salvo el desgano.

Y ella misma apagó su corazón, como una luz en la noche.

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